14/11/10

Ángeles Pedraza


Escuchó desde su casa el estampido de las bombas en los trenes el 11M de 2004 y llamó de inmediato al móvil de su hija; porque viajaba cada día a esa hora en los trenes de cercanías. No tuvo respuesta y supo que había muerto o estaba gravemente herida; porque si hubiera salido ilesa la habría llamado de inmediato. 

Ángeles Pedraza es una señora que no pierde los papeles. Me consta porque la he visto en trances muy duros y siempre mantuvo la compostura. La he visto enfrentar discusiones muy sensibles y siempre supo ser firme; pero nunca perdió los buenos modales. 

Ayer, en la Audiencia Nacional, mientras comentaba con sus vecinas de asiento la declaración de Eguiguren, fue abordada por una mujer a la que no vio venir, ni ella ni sus acompañantes, que la golpeó con bastante fuerza dos veces en el brazo, causándole un gran sobresalto y le susurró: «no lloréis por nosotros cuando nos maten». La respuesta salió en tono más alto del debido: «a nosotros ya nos han matado».

El Juez amonestó a Ángeles por levantar la voz; pero no hubo más incidentes. La protagonista del suceso, Rafaela Romero, esposa de Jesús Eguiguren, sintió la necesidad de defenderse y echarle las culpas a Ángeles de un incidente del que ella y solo ella es responsable y empezó a llover la basura y la tergiversación que surgen siempre cuando anda por el medio esta gente.

Mire, señora Romero: La diferencia entre Ángeles y usted es que ella prefiere morir a ser cómplice de asesinos y usted y su marido prefieren pisotear lo que haya que pisotear, incluida la sangre de niños asesinados por los amigos de su marido, con tal de salvar el pellejo.

Es usted tan miserable que, en su terror a ser víctima o que lo sea su marido, confunde churras con merinas, como siempre. Si les matan, señora, no será culpa de Ángeles ni de ninguna otra víctima del terrorismo. Les matarán, como lo hacen siempre, por razones estratégicas; porque la muerte de una persona concreta les conviene más que otra o porque atentar en determinado sitio sirve mejor para sus fines y allá penas respecto a los que anden por allí, aunque sean niños pequeños que van a sufrir mutilaciones horribles o una muerte prematura.

Lo que usted no puede entender, señora Romero, es que si ocurriera lo que teme, su petición es absurda; porque lo quiera usted o no, Ángeles y todas las víctimas llorarán por usted como lo hacen por todos los que mueren. 

Puede usted arrojar a sus hordas de huargos a repartir inmundicia, que es lo que mejor saben hacer; pero hay algo que nunca logrará: Ángeles Pedraza estará siempre tan lejos de usted como lo está las rosas de los coprolitos. Y eso, nada lo puede cambiar.

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