4/11/10

Memorias de América

Obama: el resultado electoral demuestra que "la gente está profundamente frustrada"


No sé si existe el 'jet lag' o es una de tantas invenciones; pero puedo dar fe de que cuando cruzo el Atlántico hacia el oeste me integro sin ninguna dificultad en el horario de destino; pero cuando regreso, el desajuste que sufro es horrible, más con el paso de los años. 

Estuve dos semanas en Charlotte, Carolina del Norte. Tuve la suerte de que me llevaran allí asuntos familiares. Digo la suerte; porque cuando uno planea una escapada a Estados Unidos, va a Nueva York, a Washington, a California o a Florida y, la verdad, nos perdemos algo bueno.

No vi mucho la televisión en esas dos semanas; pero puedo reseñar un debate ejemplar. En Estados Unidos la enseñanza primaria y secundaria es estatal. La organizan los condados que reciben fondos, tanto del presupuesto del Estado como de la Unión. La crisis había recortado esos fondos de forma notable y se hizo necesario reestructurar las escuelas para que los fondos disponibles se optimizaran y no decayera la calidad de la enseñanza o los servicios con los recortes. 

Carolina del Norte encomendó a un experto en enseñanza ayudado por otras tres personas el estudio de la situación y la búsqueda de las soluciones más adecuadas para alcanzar los objetivos. Se decidió cerrar varias escuelas y redistribuir a los alumnos en los centros más cercanos a su domicilio. Algunas de esas escuelas tenían mayoría de alumnos afroamericanos y no tardaron en dispararse las alarmas de un eventual criterio racista en la toma de decisiones.

Ninguno de los miembros de la comisión mostraba esos síntomas tan frecuentes en nuestro país que revelan un sentimiento de malestar,  injusticia, incluso vejación, ante el deber de informar. El máximo responsable dio cifras, pero las justas para presentar el alcance del problema, expuso sus criterios y se abrió el debate. Los interlocutores expusieron sus reticencias y disensiones; pero no hubo demagogia por ninguna de las partes. Y lo que más me sorprendió: no salió a colación en ningún momento si los miembros de la comisión eran demócratas o republicanos. No tocaba, no tenía ninguna relevancia su tendencia política y nadie mencionó ese detalle.

Por lo demás, en mis escasos zapeos por la infinidad de cadenas disponibles, no encontré ningún debate, ninguna tertulia, ningún anuncio que diera fe de que en pocos días se abrían las urnas. Dado que estaban en plena campaña, me resultó asombroso. Tampoco había propaganda en las calles, carreteras o edificios mostrando grandes carteles con la imagen y el nombre de los candidatos. Si te fijabas, podías ver en el borde de las carreteras o en algunos jardines un cartel de tamaño de DIN A3 sujeto con dos varillas rígidas al suelo, que no superaba los sesenta centímetros de altura, con el nombre de un candidato. Punto pelota.

En estos quince días tuve muchos motivos para admirar la mentalidad de una América en zapatillas, la hospitalidad de los sureños, su sentido del deber y la responsabilidad, el respeto a las normas, la seriedad con que sienten que están obligados a colaborar en que todo esté limpio, ordenado, se administren bien los recursos, se respeten sus derechos.

Hoy leo los resultados de esas elecciones que no percibí como inminentes y la razón y la experiencia chocan. Obama comparece para reconocer que «ha recibido una paliza», que el resultado de las elecciones demuestra que la gente está profundamente frustrada, que la gente de ese país quiere ver un progreso y que no ha sido capaz de satisfacer esas demandas. Ha llamado a sus adversarios para felicitarles por su éxito y se compromete a prestar más atención a lo que los estadounidenses consideran prioritario y darles una respuesta satisfactoria.

¿Qué menos? dice la razón. Los votantes le entregaron su confianza, les ha defraudado y lo mínimo que puede hacer es tomar nota de lo que ha ocurrido y analizar las razones por las que ha sido castigado en las urnas. Es un gesto obligado que felicite a sus adversarios por su éxito, pura y simple buena educación, algo que no puede soslayar un representante político en ningún caso, menos el Presidente de Estados Unidos.

La experiencia se enciende en arrobos. Lo que la razón califica de obvio, para ella es extraordinario; porque ha soportado durante mucho tiempo la visión de una casta política que si pierde unas elecciones, no admite que haya hecho méritos para ello, sino que se siente víctima de una confabulación torticera que le ha robado lo que le pertenece, jura odio eterno al adversario triunfante y no duda de aprovechar la tragedia más terrible para derribarle en las urnas. Una clase política que ha buscado con lupa hasta el menor detalle que pudiera enfangar la figura del anterior presidente, que le ridiculiza y humilla en cuanto tiene ocasión; que no sólo no da cuenta de las razones por las que toma determinadas decisiones, sino que se siente ultrajada cuando se les piden cuentas, como si fueran el Rey Sol y nadie tuviera derecho a exigirles explicaciones.

Me deprime sentir estas cosas; porque son un síntoma de que disfrutamos de libertades; pero no de una auténtica democracia. Lamento vivir en un país en el que el Gobierno, en lugar de escuchar a los españoles, ataca a la oposición, echa la culpa a otros de sus fracasos, no dedica un momento a pensar qué ha hecho mal, cómo reconducir la situación. Y sobre todo, me deprime que los españoles aceptemos estas conductas como algo inevitable. 

Todos nos equivocamos y podemos entender que otros, incluidos nuestros dirigentes lo hagan; pero no admito que ellos se encastillen en su absolutismo y me nieguen el derecho a pedirles cuentas, respondan insultando y nunca den una respuesta razonada y franca a las interpelaciones. 

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