18/3/11

Los hijos de Musashi y los hijos Grima 'Lengua de Serpiente'




Festivales de Fukushima (National Geographic)


Cinco mil seiscientos  (5600) muertos. Nueve mil seiscientos (9600) desaparecidos. 

Mientras los hijos de Musashi sufren en silencio su drama, los hijos de Grima 'Lengua de Serpiente' corretean  de un lado a otro  y gritan aterrorizados por la eventual llegada de alguna nube de radiación de Japón. Esta es la imagen que ofrece hoy Europa. 


Por suerte para los japoneses (y para los libios, de paso) ahí están los Estados Unidos que, desde el primer momento, proporcionaron la intendencia necesaria para atajar los problemas técnicos de la central y enviar ayuda a la población que se había quedado sin nada en medio del crudo invierno en el que los supervivientes resistían temperaturas bajo cero.

El día once de marzo, a las catorce cuarenta y seis, hora local, los trabajadores de la central nuclear de Fukushima Daiichi sintieron temblar la tierra en el terremoto más devastador vivido por Japón. 

Estaban en un recinto diseñado para soportar terremotos; pero sólo hasta el grado siete de la escala Richter. Aún así, la central no sufrió daños.

Sin embargo, fuera de la central, las líneas de alta tensión se vinieron abajo por la fuerza del sismo. Las centrales nucleares, como dije ayer, son edificios ciegos, no hay ventanas, están aislados del exterior; porque es necesario que el propio edificio sea una barrera en caso de fuga radiactiva. La recorren una red infinita de conductos plagados de filtros para purificar el aire, para atrapar las partículas radiactivas que pudieran liberarse y garantizar que quienes tienen que luchar contra un accidente, estén a salvo de la contaminación.

Hay una sala de control espaciosa, algunos despachos; pero sobre todo hay pasillos, estancias, cubículos, almacenes de herramientas, instrumentos y materiales diversos. Todo está limpio, impecable, muy iluminado y el aire que respiran es aún más puro que el del exterior, gracias a los filtros de los sistemas de ventilación que filtran  el  que las toberas toman del exterior.

Cae la red eléctrica; pero no pasa nada. Se ponen en marcha de inmediato los motores diésel que se han instalado precisamente para afrontar una contingencia como esta. Ellos proporcionarán la energía que necesita la central para las operaciones de la sala de control, para el sistema de ventilación; para que todo lo importante funcione. 


De los seis reactores, tres están en parada técnica. La unidad 4 paró en el mes de noviembre para labores de inspección. El núcleo, como mandan los protocolos de las centrales en ebullición, se descargó a la piscina. Las unidades 5 y 6 también estaban paradas; pero no se había sacado su núcleo a la piscina y el resto de las unidades habían «disparado» en cuanto la instrumentación detectó el temblor. En principio, no tiene por qué haber problemas.

Su trabajo era mantener controlados los reactores y las piscinas que almacenaban núcleo y combustible usado a la espera de que se enfriara lo suficiente para llevarlo a procesar. Las pantallas llenas de luces de la sala de operación les informaban en todo momento de todos los detalles: temperaturas, descensos en los niveles de agua, incrementos o pérdidas de presión... Ellos manejaban desde allí los flujos del refrigerante, los caudales de agua, era la rutina. Tal vez una rutina forzada; pero no muy distinta a la habitual.

Todo fue bien durante una hora. Entonces les alcanzó el tsunami, rompió los conductos que alimentaban de combustible los motores diesel y comenzó la pesadilla.

No tenían energía, con lo que quedaba inutilizada la herramienta más necesaria y sensible: la sala de control que opera toda la central, informa de lo que está pasando, proporciona datos. Por supuesto, dejó de funcionar la ventilación, con lo que si se producían fugas, ya no estaban protegidos por los filtros encargados de controlar la radiación que pudiera entrar en el edificio. No había más comunicación que la que pudieran proporcionarles los teléfonos móviles. 

La ola reventó la presa de Fukushima, que arrasó la ciudad habitada por unos trescientos mil habitantes, colaborando con el tsunami de forma activa. Este arrasó todo el entorno: la ciudad de Sendai con una población superior a un millón de personas, la isla de Kailua-Kona, la de Hokaido, con graves daños e incendios.

Los operarios, los hijos de Musashi, vivían en este entorno. Habían venido a trabajar ese día dejando atrás una familia: esposa, hijos, padres, hermanos, amigos. Hubiera sido humano que salieran corriendo a ver qué había pasado, si estaban vivos; pero se quedaron en la central luchando a ciegas, porque sus ojos mecánicos, los que veían qué pasaba en reactores, piscinas e instrumentación, los indispensables paneles de la sala de control, estaban ciegos y ellos sabían que tenían que enfrentarse  a la batalla con los elementos adversos como lo hicieron los samuráis, despreciando a la muerte, sin aceptar la derrota.

Tenían que meter agua en los reactores y las piscinas, era lo más urgente; pero enfrentaban tres problemas formidables: El primero, que los reactores son compartimentos estancos. No se puede levantar la tapa, conectar una manguera y abrir el grifo, si tuvieran mangueras y grifos. Hay sólo un camino: abrir una vía en las tuberías que llevan el agua al núcleo y no es tan sencillo. 

Era preciso estudiar cómo abordar una acción así, con el núcleo cada vez más caliente, generando más vapor, desprendiendo gases, si se llegaba a fundir algún elemento combustible... 

Además había que inventar una forma de bombear agua a esa tubería, una vez abierta. ¿Cómo hacerlo sin diésel, sin bombas, sin recursos adecuados para inyectar agua y a la luz de las linternas?

Aunque encontraran un camino, el problema no se resolvía: no disponían de agua. La costa estaba ahí mismo, a un paso; pero la playa estaba llena de materiales arrastrados por la ola en su viaje de retorno al mar y en una extensa franja mar adentro los desperdicios cubrían la superficie. Hubieran necesitado, en el caso de que hubieran tenido medios, avanzar con una manguera mar adentro, hacia una zona libre de residuos, para poder bombear con cierta garantía de que no atascaría la manguera ningún objeto que flotara entre dos aguas.

Mientras unos pedían ayuda, otros se encargaban de practicar un camino en los arenales para llegar al agua; un tercer equipo patrullaba con sus linternas, el incómodo buzo de operación con mascarilla y un geiger en la mano para chequear los niveles de radiación en las zonas en las que tenían que entrar para ver cómo estaba la situación en el reactor, las piscinas y hacer lecturas en la instrumentación de emergencia.

Cuando fue necesario entrar en una zona muy contaminada, un operario, consciente de la necesidad de ejecutar la intervención para evitar una catástrofe y de que el traje y la mascarilla eran incapaces de protegerle, hizo lo que había que hacer antes de ser evacuado de inmediato para que le atendieran en un hospital cuanto antes para paliar los daños de la exposición a dosis de radiación de nivel medio-alto. El resto no desmereció. Aunque la ejecución de la tarea no les sometió a exposiciones tan arriesgadas, al final, cada uno hizo lo que había que hacer a despecho del riesgo.

Vinieron a la central técnicos jubilados o a punto de jubilarse, para reforzar la plantilla y ayudar a los titulares en su lucha sin cuartel contra el enemigo decidido a ganarles la batalla y a consumar el peor escenario. 

Todo esto en medio de la impotencia profesional y la angustia personal por la suerte de los suyos.

El dramatismo de la situación se resume en la respuesta a un correo electrónico enviado el día once a uno de los operarios por un colega de una central nuclear española. El día dieciséis abrió el mensaje que encontró con sorpresa gozosa en su bandeja de entrada: «Llevo cinco días en la central y no sé cuando saldré de aquí».


Hoy, esa hora está más cerca. Ya han conectado un cable que llevará electricidad a la unidad 2. Aún no disponen de ella; porque antes de dar paso a la corriente, tienen que asegurarse, más tras las toneladas de agua que cayeron sobre la central con puntería variable, que todos los circuitos están bien, que no hay humedad en ninguno de ellos, cosa que provocaría un cortocircuito que les devolvería, si no al principio, a un retroceso superior al tolerable tras esos días interminables sumidos en la oscuridad. 


Cuando comprueben que no hay riesgos, accionarán el interruptor, volverán a tener luz, ventilación que introduzca aire limpio y extraiga el enrarecido y contaminado de la instalación. Las bombas clave funcionarán y meterán caudales de agua al reactor capaces de estabilizarlo, se restablecerá el proceso de refrigeración, se rellenarán las piscinas en un paso ulterior, funcionarán los circuitos «normales», los que tienen la encomienda de refrigerar el núcleo y devolverle la estabilidad. Es el pequeño primer gran paso para la victoria.

Y mientras los hijos de Musashi hacían bueno el código samurái luchando con su enemigo, inmunes al desánimo, sin temor a la muerte, los hijos de Grima 'Lengua de Serpiente' reptaban por las instituciones dejando un rastro infame de su baba inmunda. En lugar de increpar a los oportunistas diciéndoles que en este momento lo único que había que pensar era cómo ayudar a los azotados por esa tragedia, a los profesionales que luchaban por estabilizar las unidades y evitar más daños a la población ya inmensamente castigada por los elementos, convirtieron Europa en un circo de intereses y ansias de notoriedad.

Frente a los ciento cincuenta hijos de Musashi, señalo como máximo exponente de la miseria de los hijos de Grima 'Lengua de Serpiente' al Comisario Europeo para la Energía. Que su nombre sea grabado en basalto para que quede memoria eterna de que un día vivió un miserable llamado Günter Öttinger, el hombre que demostró que la raza humana puede dar especímenes de estupidez y abyección tan extrema, que se bastan para deshonrar a toda Europa hasta tal extremo, que si fuéramos hijos de Musashi, no nos quedaría otra opción que cometer sepuku.


P.S. Fukushima ha sido un ejemplo de responsabilidad y heroísmo; el mismo que encontraríamos si otra central estuviera en problemas en cualquier parte del mundo; porque todos los técnicos nucleares comparten la misma formación estén donde estén, son muy responsables en el día a día; pero ante una emergencia, son conscientes, no solo de la transcendencia que tendrá para todo el entorno que la atajen con todos sus recursos, a despecho de los riesgos personales, sino también de que esa forma de generar energía en la que creen con todo su corazón porque la conocen bien y saben que los beneficios superan los riesgos, está maldita ante la población y si no vencen, su derrota tendrá repercusiones que trascenderán al incidente concreto.



8 comentarios:

Gulliver dijo...

Estupenda entrada. ¡Cuánta razón tiene!. Viendo las reacciones de los hijos de Grima "Lengua de Serpiente", me avergüenzo de ser europeo.

Carmen Quirós dijo...

Muchas gracias, Gulliver

Fumario dijo...

Pues qué decir ante esta fantástica entrada. Yo, como usuario de elmundo.es y asiduo comprador del periódico en papel, estoy indignado con el trato amarillista y el interés vende periódicos que están demostrando, la verdad.

yapoco dijo...

Y esto, tan bien explicado, ¿por qué nadie lo cuenta en los noticiarios o, al menos, en las tertulias?
A mí lo que aún me maravilla es que sólo haya 16000 víctimas, tras ver los distintos videos sobre el maremoto.

alpisama dijo...

Gracias doña Carmen. Su relato me ha encantado. Es triste el espectáculo que están dando los medios de masas. Me quedo con el conmovedor sacrificio de los héroes japoneses y la dignidad estoica del pueblo ante la catástrofe.

jarabe dijo...

Arigato-san, Dª Carmen. El pueblo japonés, como continuador de su milenaria cultura, dispone de esos valores que por esta Europa de los mercaderes, hemos ido perdiendo por el camino...aquí solo importa la cuenta de resultados.

navarth dijo...

Doña Carmen, los japoneses están dando un ejemplo admirable. Con un heroísmo sin estridencias, además. Me gusta lo de hijos de Musashi. Saludos.

Carmen Quirós dijo...

Fumario, yapoco, Jergote, jarabe, navart, gracias por vuestros comentarios. Había respondido; pero se ve que la preferencia a Japón tiene a Google un poco descabalado.

Yo también admiro el civismo que están mostrando los japoneses y por eso me da tanta rabia el sensacionalismo con que se trata el drama que están viviendo. No importan los muertos ni los desaparecidos, son un efecto colateral. Tampoco importan los trabajadores de F. Daiichi, lo que mola es un núcleo en peligro, eso tiene un morbo que te mueres.

Por eso le dediqué tres entradas a la central. Aunque solo sea un punto entre millones de puntos en la Red y no tenga repercusión, necesitaba hacer lo que considero justo y obligado.