Hoy releí un blog: 'Cronicas de Europa', que tiene las entradas paralizadas desde agosto. La última narra la andanada que les dedica Gunter Grass a los escritores de las nuevas generaciones, afeándoles que la literatura de esta generación no va a reflejar los grandes problemas sociales y políticos.
Sería ridículo poner en cuestión la obra de Grass y menos aún juzgarle por una frase sacada de contexto. No he tenido ocasión de leer la entrevista pero sí me permito poner en solfa esa postura que considera que el escritor tiene que ser 'testimonial' en el sentido de que tiene que 'denunciar' con su obra determinadas cosas y hacerlo de determinada manera.
Para empezar, los recuerdos de una persona son subjetivos, perdón por la perogrullada. El niño va recogiendo impresiones que quedan grabadas con mucha fuerza pero a modo de instantáneas de un momento sacado de su contexto; meros fragmentos que, además, estarán matizados por la personalidad del niño que le moverá a fijarse más en detalles concretos que en otros.
En segundo lugar, hay una componente de terapia en la escritura. El autor lucha con sus fantasmas, sus miedos, sus filias y fobias construyendo una historia como vehículo de liberación y herramienta para enfrentarse al día a día, en muchos casos. En función de la personalidad del autor, esa liberación puede pasar por rescatar las vivencias más oscuras o puede preferir historias que le ayuden a evadirse y expulsar por esa vía sus fantasmas interiores.
Por último, el testimonio existe siempre. Es imposible que un escritor no vuelque en sus novelas, aunque escriba literatura fantástica, los valores que dominan en su etapa vital a la sociedad o al sector de la sociedad que piensa, siente, comparte aspiraciones, censuras o desánimo, por poner un ejemplo, con el autor. Luego escriba lo que escriba, estará reflejando su tiempo y sus valores (salvo escritores excepcionales que son capaces de estudiar y empaparse en una época de tal modo que logran elevarse sobre la suya y reflejar con singular maestría los escenarios de tiempos pasados).
Para rematar, pondré un ejemplo que puede dar grima a algunos; pero que me resulta útil para aclarar lo que intento transmitir: Este verano repasé una colección de novelas que tengo guardada; porque tengo en la mente hacer un estudio de los universos que crea el autor. Ese autor es un maestro llamado Rafael Pérez y Pérez, nacido en Cuatredondeta en 1891 y empieza a publicar en 1930 novelas destinadas al público femenino de muchachas de clase media que debían ser protegidas de lecturas inconvenientes e instruidas en los valores que toda muchacha cristiana debe cultivar.
En su fecunda producción, cultiva tres tipos de narrativa: la novela histórica, en la que aborda, por ejemplo, la guerra civil que se desata en Aragón tras la muerte de Martín el Humano, la figura de Álvaro de Luna o la de Isabel la Católica. Una serie llamémosla de alta sociedad, en la que la historia de amor inevitable se desarrolla en el seno de la alta nobleza española o extranjera y otra serie del mismo cariz costumbrista, centrada en personajes del campo valenciano o murciano, casi siempre.
Con independencia de lo cursis que puedan parecernos y de lo irrelevantes en cuanto a la genialidad del autor todos los órdenes, son un testimonio inapreciable de los valores, las aspiraciones, los sueños y las miserias de una época. Las que más me gustan, son las que se desarrollan en ambientes de pueblo llano, en la que aparecen todos los elementos que podían enfrentar durante generaciones a familias, por cosas que hoy nos parecen alucinantes; pero en las cursilísimas de la alta sociedad, hay un riquísimo despliegue de cómo veía la sociedad a los nobles, qué rasgos apreciaba por encima de todos, qué actitud se consideraba admirable en la relación de los señores con sus vasallos y qué comportamientos resultaban deleznables.
No creo que sea menos testimonial la obra de este autor de best sellers de su época, que en autores de talla inmensa como Delibes o Torrente Ballester. Sin duda, los primeros tienen menos atractivo; porque el autor no quiso esforzarse o no tenía la capacidad necesaria para estructurar esas novelas tratando la trama con más calidad; mientras los segundos eran capaces de contar lo mismo; pero con una fuerza y una maestría que les eleva a otra categoría.
Aún así, los tapices de los grandes maestros de la narrativa son tan sublimes, que tienen algo de irreal, mientras que los de Pérez y Pérez son tan sencillos, cercanos y rudimentarios, que invitan a adentrarse en el retrato de los prejuicios y valores que recoge en su obra; porque son creíbles y cercanos, los vimos vivos, presentes y reales en nuestro entorno de infancia, mientras Los Santos Inocentes, siendo en esencia lo mismo, tiene una aureola mítica que complica aceptar como un retrato igual de cercano lo que narra Delibes en su novela.
En resumen. Se ponga como se ponga un autor, sí o sí, va a dar testimonio. La cuestión es por qué se considera válido ofrecerlo a través de historias que rezuman dolor, angustia, miseria y no se da valor a la obra de quien no siga ese camino.
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