No voy a negar que me ha hecho feliz la carrera de esta mañana en Monza. Declaro que Fernando Alonso me cae muy bien. Me parece una persona seria, eficaz, fuerte y honesta, que suele ser sincera y me inspira confianza.
No entiendo el fenómeno que muestran los comentarios a las noticias de prensa tras las carreras. Abundan los insultos y las descalificaciones, tanto para el Nano, como para sus seguidores. Despierta un odio y una animadversión furiosa, que cuesta entender.
A mí también me inspira poca simpatía Hamilton; porque me transmite la imagen de un niño mimado y sé que esa repulsión tiene que ver con sus rasgos faciales y su lenguaje corporal. Tampoco me gusta Schumacher, por razones tan sólidas y fundadas como las del caso anterior. Eso no significa que me sienta con derecho a verter mis impresiones en foros públicos, basadas en datos tan subjetivos que resultan ridículas, en las que vomite ira contra Lewis o Michael y no entiendo que otros lo hagan convirtiendo lo que debe ser el escenario de una discusión natural en un patio de corrala.
Puede que la explicación sea el cainismo que forma parte de los rasgos que nos atribuyen a los españoles. Hay otros dos grandes pilotos españoles en la parrilla y son queridos y respetados de forma unánime. De la Rosa, que parece un pedazo de pan, no ha tenido suerte y Algersuari aún está ganando experiencia. Me pregunto si cualquiera de los dos o ambos, serían tratados con el afecto que disfrutan ahora si se convirtieran en bicampeones del mundo. Temo que la respuesta es no.
Me parece triste. Me gustaría que fuéramos como los franceses o los argentinos, que en el momento en que coronan a uno de los suyos como ídolo, se lo perdonan todo, siguen mimándole y cuidándole mientras viva. Pienso que es bueno porque eso refleja una actitud ante la vida muy sana. Para reconocer el mérito de otro, lo primero que se requiere es sencillez de espíritu, capacidad para mirarle sin comparaciones subjetivas, sin miedo a empequeñecer ante su figura; sentir gratitud por los buenos momentos que te hizo pasar con su trabajo, verle como una realidad de éxito que está al alcance de muchos, empezando por ti mismo.
No es esa nuestra postura. Machacamos al que destaca, destruimos a nuestros héroes en la primera oportunidad, odiamos el éxito ajeno y no tenemos ningún control (los foros lo demuestran) sobre nuestras emociones. Ni siquiera pensamos que cuando expresamos una opinión en público, tenemos el deber de ser equilibrados, respetuosos y cuidadosos con las formas. Nos falta grandeza moral; pero también una educación básica que nos permita ir por la vida expresando nuestros pensamientos con acierto; razonando sobre nuestros criterios, rebatiendo con argumentos sólidos.
Creo que Fernando Alonso es un buen ejemplo para todos: serio, trabajador, ambicioso en la medida en que hay que serlo para llegar muy lejos; pero honesto y lo bastante humilde para reconocer que sus éxitos no son solo suyos, que se los debe al trabajo de otros, que es una pieza de una máquina y no lo olvida nunca. Trabaja, se esfuerza y cuando fracasa asume sus errores o digiere la rabia de la mala suerte y fija la mirada en el siguiente objetivo dejando atrás lo que ya no tiene remedio.
Quiero terminar con un homenaje a mi poco apreciado Lewis Hamilton. De toda la prensa online, el único que recoge sus declaraciones es 'El Economista'. Ha reconocido que es responsable de su accidente. Su ansia de adelantar a Massa cuando ya estaba en cuarta posición, era muy complicada y arriesgada la maniobra, le llevó a chocar con él, rompiendo el coche. Es una de las cosas que no me gustan de él: quiere las cosas, las quiere ya y no tiene el control necesario para dominar el impulso; pero la petición de perdón al equipo cuyo trabajo arruinó con su precipitación es un gesto que le honra, el gesto de un campeón también en otros terrenos. ¡Ojalá otros supieran reconocer como él que sus errores arruinan el trabajo, incluso la vida, de otros!
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