Retrato de una joven
Jean Baptiste Camille Corot
(1796-1875)
Hace pocos días la prensa dio la noticia de la pérdida de este óleo. Hoy ha aparecido y la historia es tan divertida como los guiones de nuestros políticos.
El protagonista, Franklin Fuentes, es portero en un edificio de la Quinta Avenida, en el barrio de Upper East Side. El pasado 29 de julio descubrió un objeto en los arbustos que hay frente a su edificio y lo recogió. Inspeccionado su contenido, no tuvo grandes dificultades para entender que estaba ante una obra de arte (o una copia) y dedujo que la habría adquirido alguno de los propietarios del inmueble. La guardó, dispuesto a investigar para localizar al propietario e inició sus pesquisas.
No arrojaron el resultado apetecido. Llegó la fecha en la que iniciaría un descanso vacacional de tres semanas y a su regreso, leyó la noticia de la desaparición del cuadro. Lo llevó de inmediato a la policía y declaró las circunstancias en que lo había encontrado. La historia es tan corta que supongo que le habrá costado, como mucho, tres minutos contarlo todo. Aún así, para que no quedara ningún cabo suelto, el conserje fue interrogado a fondo en las dependencias judiciales durante siete horas.
Transcurrido ese tiempo, tras ciertas averiguaciones, los interrogadores se convencieron de que no mentía, los datos casaban con los registrados cuando se denunció la desaparición del cuadro.
James Carl Haggerti es un marchante neoyorquino que acude con ese cuadro a un hotel para mostrárselo a un eventual comprador. Terminada la entrevista, se marchó con el cuadro, tal como muestran las cámaras de seguridad del hotel; pero ya no lo lleva consigo cuando llega a su casa, tal como muestran las grabaciones del sistema de seguridad de su edificio.
Ocurrió que, por el camino, se detuvo a tomar unas copas y cayó bajo los efectos de las bebidas espirituosas hasta tal punto que al día siguiente no recordaba nada, sólo sabía que no tenía el cuadro con él y que había que denunciar la pérdida a toda prisa.
Inmediatamente se inician las pesquisas, se supone que recorrieron los establecimientos en los que pudo estar sin el menor resultado y se lanzó la alarma.
Uno diría que todo es sencillo, que cuando un conserje de un edificio de viviendas de lujo se presenta con el cuadro en la policía y cuenta que lo encontró el día 29 de julio entre los arbustos, las piezas deberían haber encajado: el marchante, en la cresta de su melopea, deja el cuadro en los arbustos, tal vez disgustado porque no había salido bien la operación, va a dormir la mona y a la mañana siguiente, el portero encuentra el cuadro, lo guarda y se va de vacaciones.
No se entiende muy bien el interrogatorio de siete horas. Seguro que si llega a saber lo que le esperaba, el portero optaría por buscar al marchante y ponerlo en sus manos; pero eligió la peor opción.
Mal camino llevamos en las sociedades occidentales, si los mecanismos del sistema entrañan la penalización de un hombre honrado aplicándole el tratamiento de un peligroso delincuente durante siete horas, que deben haber sido de las peores de su vida.
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