11/9/10

¡Ay mísero de mí, ay infelice!



Hoy publica 'El País' un artículo en el que se afirma que España pudo ser objetivo de Al Qaeda antes del 11M. No voy a entrar en los contenidos que pueden discutirse en ese artículo. La clave de la referencia radica en que todo el artículo es un error, el que voy a tratar en esta entrada.

Error que también comete Obama, la CIA y todos los países occidentales cuando ese humanoide americano amenaza con quemar un libro, me da igual que sea el Corán u otro y salen a la palestra para rasgarse las vestiduras, diciendo que es una provocación que nos pone a todos en peligro.

Falso de toda falsedad. El terrorismo no necesita provocaciones, menos aún el islamista. Todo occidente es el príncipe Segismundo: «Aunque si nací ya entiendo/ qué delito he cometido;/ bastante causa ha tenido/ vuestra justicia y rigor / pues el delito mayor/ del hombre es haber nacido».

Ese es con toda exactitud el peligro que corremos: somos potenciales víctimas sólo por el hecho de existir. Un sector del islam odia a occidente con todo su corazón; como odia a otros sectores del islam que no comparten su visión de la organización social y las prácticas particulares que ha de seguir un creyente de Alá. Ese odio es el que les lleva saciar su ansia de vernos destruidos o destruir a sus correligionarios más tibios, para calmar la rabia que les domina derramando la sangre de los indignos.

Ese odio es la espoleta. Luego viene la labor del equipo de comunicación e imagen del grupo terrorista que elabora artículos muy sesudos articulando una filosofía de la yihad que dirige a sus huargos hacia determinados objetivos como señuelos preferentes para que descarguen y la palabrería hueca con la que informan a los masacrados en un atentado a posteriori, haciéndoles saber qué ha causado su ira, qué pecado han pagado con la vida los asesinados en nombre de un colectivo o una nación, como fórmula para dignificar lo que no es más que un asesinato o una carnicería.

Palabras, sólo palabras. Palabras astutas e infames de individuos infrahumanos que se alimentan de odio a lo diferente, que sueñan con dominar el mundo e imponer su criterio sobre todos los pueblos posibles, que viven soportando entrañas rugientes de sangre y destrucción y sólo se consuelan en escenarios devastados.

No necesitan provocaciones ni justificaciones. La provocación es nuestra existencia, nuestra cultura, nuestras creencias, nuestro bienestar. No importa que nos esforcemos en ser exquisitos con ellos. Su odio exige nuestra destrucción y si tenemos una esperanza, radica en tener esto claro y tomar la determinación más firme de no darles ninguna oportunidad de conseguir ese objetivo.


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