El cuadro que encabeza hoy la entrada está tomado de 'El Confidencial'. Carlos Sánchez publica un artículo en el que da cuenta de que la situación de la industria está mejorando.
En la misma línea, 'La Nueva España' publica hoy otro artículo de S. Fernández y P. Rodríguez en el que se muestra también un panorama alentador, al menos en la primera parte del artículo.
En la segunda parte, la situación es más oscura; pero no desesperanzadora. La realidad objetiva es que se están desperdiciando muchos recursos en sostener la industria del carbón desde hace décadas, siguiendo una política equivocada; porque la crisis del sector es un problema endémico. Lo inteligente hubiera sido favorecer la aparición de pequeñas y medianas empresas que absorbieran a los trabajadores de ese sector poco a poco, dándoles otras salidas.
Podemos fantasear un poco, porque soñar no cuesta nada. Vamos a analizar un poco los problemas que tenemos en Asturias, que pueden servir para gran parte de España.
En los años '60 del siglo pasado, teníamos un sector primario bastante saludable. Había muchas explotaciones agrícolas y frutales, una flota pesquera nutrida, industrias conserveras, astilleros pequeños o menos pequeños que vivían de esas flotas, una producción láctea de calidad, más la siderurgia, la minería y la industria de transformación.
Todo eso ha desaparecido en su mayoría. Como dice José Antonio Rodríguez en el artículo de La Nueva España, hoy ya nadie vive de la labranza. Es verdad; pero es una verdad a medias. Es cierto que el minifundio, que es la forma de explotación típica de Asturias, es una agricultura de supervivencia, da para la casa; pero no es menos cierto que el agricultor desperdicia recursos.
La manzana asturiana es excelente; pero no se cuidan las pomaradas, no se trabaja el suelo, no se podan los árboles, el propietario de las plantaciones de frutales se limita a dejar que obre la naturaleza. El resultado es una producción muy sabrosa; pero poco adecuada para un mercado que demanda, sobre todo, un efecto visual que, en absoluto ofrecen esas manzanas salvajes. Tampoco se recogen; porque por lo visto es ruinoso contratar gente que lo haga.
Hace tres o cuatro años, hubo una fuerte demanda de otros países de nuestras castañas. La respuesta de los dueños de los castañedos fue que se las vendían, pero que tenían que encargarse de recogerlas; porque aquí era muy caro contratar gente para hacerlo y no les compensaba.
Es obvio que en otros lugares están consiguiendo vivir y, además vivir muy bien de la fruta, las hortalizas, las manufacturas de productos de la huerta. ¿Por qué aquí no?
Una razón puede estar en lo que apunta José Antonio: los sueldos, sean de la mina, sean del trabajo en cualquier otro sector. Para arrancarle a la huerta, la pomarada, el castañedo o al ganado, el rendimiento necesario para tener beneficios el campesino tiene que trabajar mucho, amanecer desde febrero a octubre antes que el sol, irse al campo y privarse de ese tipo de vida seguro que le ofrece un empleo por cuenta ajena.
Necesita disponer de unos recursos humanos adicionales: no sólo para la siembra y la cosecha. Hay que hacer conservas, mermeladas, preparar la hortaliza y la fruta para llevarla al mercado bien presentada...
En un campo cada vez más despoblado esto es muy difícil; pero no es imposible, si los campesinos consiguen cambiar su mentalidad, agrupar sus fincas para que las diminutas explotaciones se conviertan en explotaciones de mayor entidad; para distribuirse las tareas, que no tenga que tener cada uno un tractor, sino que entre todos adquieran la maquinaria que necesitan para completar las labores del campo sumando recursos, no dividiendo.
Si el sector primario no florece, todos los demás estarán siempre en precario; porque con toda la incertidumbre derivada de los elementos: pedriscos, lluvias torrenciales, sequías etc., lo cierto es que este sector es la base de la pirámide económica y la labor de los políticos es esa: ver la necesidad y arbitrar vías para satisfacerla. El potencial es mucho más grande de lo que parece y con las políticas adecuadas, se puede lograr. Ya hay una base importante y una buena organización puede obrar milagros.
Se están fabricando productos de extraordinaria calidad; producciones que, si dispusieran de una estructura de comercialización potente, generarían mucha riqueza para los productores. Hay muchas iniciativas, que bien coordinadas, serían una vía para el florecimiento del campo extraordinaria.
Lo que necesitan esos pequeños emprendedores es ayuda; pero no ayudas económicas, subvenciones y demás soluciones de ineficacia demostrada. Lo que necesitan son infraestructuras modernas que les liberen del aislamiento, faciliten el traslado, la información, la publicidad, los transportes... Necesitan que el desarrollo llegue hasta ellos y con eso, es suficiente.
Es necesaria una siderurgia; pero es igual de necesario ese tejido de pequeños industriales que producen alimentos, los transforman, ofrecen bienes muy variados a partir de la producción agrícola o ganadera.
Si se logra que ese tejido sea amplio y próspero, se generará una riqueza esencial que dará lugar a la ampliación del tejido en el sector secundario: el de la transformación o la producción industrial, las tecnologías y florezca a partir de ahí un sector de servicios asentado en los dos anteriores, que son los generadores reales de la riqueza que necesitan para prosperar y consolidarse. La Rioja, Navarra, Valencia y Murcia son una prueba de que una huerta floreciente es el motor de la economía.
Sólo necesitamos unos buenos gestores, honrados, luchadores y comprometidos con el bienestar común. Parece elemental y sencillo; pero la experiencia nos demuestra que el principal problema es que no hay forma de dar con ellos.
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