Fotografía de Bernardo Pérez tomada de 'El País'
¿Qué sería de mí sin la gran Leire? ¿Qué sería de todos nosotros sin esta figura señera que alegra nuestras vidas, nos hace reír, nos sorprende, hace que nos sintamos inteligentes, listos, capaces, en cuanto escuchamos su discurso o conocemos sus proyectos?
Nada. No seríamos nada. Pero ahí está ella para ayudarnos a sobrellevar nuestra creciente pobreza, nuestra galopante depresión, ese triste sentimiento de que somos estúpidos, incapaces y cortos de luces, con sus apariciones estelares en escena. ¡Que no nos falte Leire, virgencita!
Hace unos días, llenó nuestra triste existencia de salud y vigor con una nueva ley que prohíbe fumar en lugares cerrados, en el entorno de hospitales, lugares en los que haya niños, como escuelas, parques, zonas recreativas infantiles de la ciudad. Defendió con ese verbo florido inigualable la norma y terminó animando a todos los españoles a la delación.
¡Esto es memoria histórica, sí señor! La delación supone recuperar un valor excelso de épocas de nuestro pasado: cuando los buenos ciudadanos avisaban de dónde vivía una familia o un individuo, para facilitar su traslado a un lugar más adecuado que aquel barrio: un lugar idílico, como Sachsenhausen, en la zona de Brandeburgo, donde colaboraría en importantes programas científicos, técnicos y en pruebas muy variadas de maquinarias nuevas, abrazado al lema El Trabajo Dignifica.
Poco antes, en nuestro país se practicó también esta ejemplar conducta para ayudar a las autoridades a localizar a personas peligrosas para la sociedad; porque habían abandonado la ortodoxia de la neutralidad y albergaban ideologías políticas que debían ser erradicadas mediante el tránsito fulminante a otra vida, libre de las tentaciones de la carne.
Hay otra fase anterior en el rescate de la memoria histórica, en la que esta diligencia ejemplar de colaboración con los poderes encarna de modo ejemplar la figura que nuestra sin par ministra de salud e igualdad (con minúsculas porque la doña lo vale), vuelve a demostrarnos que mantiene una cruzada infatigable por garantizar nuestro bienestar.
Nos ha presentado la Ley de Igualdad de Trato y no Discriminación, que entrará en vigor en 2013, haciéndonos saber que el objetivo de esa ley es conseguir una sociedad que no humille a nadie.
Esta ley completa a la anterior sumando a la figura del colaborador ejemplar, que delata a quienes vulneran las normas con el mayor altruismo y sin ningún ánimo de notoriedad, puesto que permite la delación anónima, con otra figura: la supresión de la presunción de inocencia para aquellos que sean denunciados por incurrir en cualquier conducta que presente indicios, aún sólo en la mente del delator ejemplar, de que está siendo humillada una persona, bien por su aspecto físico o por cualquier otro motivo capaz de herir la sensibilidad del afectado o el observador-delator, invirtiendo la carga de la prueba. Ahora no será necesario demostrar que es culpable de esa acción; será el acusado quien tenga que demostrar su inocencia.
Y gracias a la excelsa capacidad de la ministra, la memoria histórica no solo rescata los chivatazos de ese periodo tan amado por nuestro Gobierno, no: gobierno, como es la Guerra Civil, sino que nos devuelve al glorioso pasado en el que Torquemada y otros, aceptaban delaciones anónimas de los ciudadanos que acusaban a la vecina de brujería, de blasfemia, de pensamientos o prácticas contrarias a la ortodoxia consagrada por la Iglesia y los pobres infelices tenían que probar que eran inocentes para librarse de la hoguera.
No me digan que no es asombroso y, sobre todo, gratificante. Hasta el más ignorante y abstruso de los españoles o avecindados en este país nuestro, se crece ante la defensa de la 'menistra', sacando pecho al descubrir que es mucho más sensato de lo que creía (sobre todo si es reincidente al votar a Zapatero) y más experto en leyes de lo que nunca pudo imaginar; porque le queda claro que eso es una estupidez, una vulneración de la Constitución y una sandez supina; porque el respeto, la tolerancia y la buena educación no pueden implantarse mediante leyes, sino enseñando en casa y la escuela a los niños a ser respetuosos con los demás, mediante una fórmula muy sencilla y muy vieja: invitándoles a adquirir el hábito de, antes de hacer o decir algo a otra persona, pensar cómo se sentirían si se lo hicieran a ellos, con una frase muy simple: 'no hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti'.
Aún se crecerá más cuando se pare a pensar un poco en la nueva paja mental de la divina Leire.
Lo primero que habrá que eliminar (reflexionará para su capote) es la costumbre de contar chistes, tan querida en este país; porque puede que tengas la mala suerte de que en el grupo que se sienta en la mesa de al lado en el bar o restaurante, haya un tartaja, uno de Lepe, un/una gordo/gorda, un/una adúltero/adúltera y te denuncie por haber incurrido en una conducta que le ha humillado y te metas en un lío de no te menees.
Aceptamos salud pública como animal de compañía a la hora de prohibir fumar en los establecimientos; porque es cierto que la humareda del tabaco perjudica a todos y pringa los pinchos poco a poco, de tal modo que los que van quedando al final del día apestan a tabaco y sólo se pueden despachar gracias a que el olor del local es tan fuerte que no se nota que también impregna la tortilla que estás a punto de consumir.
Lamentamos que la primacía de ese principio ponga en riesgo uno de los sectores más importantes de la economía de este país y terminemos como en los países más avanzados de Europa, en los que la escasez de establecimientos equivalentes a nuestros bares, tabernas o cafeterías es tan acusada, que esa saludable costumbre de alternar de establecimiento en establecimiento, con la consecuencia inevitable de familiarizarte con rostros asiduos a esos locales que propician un contacto fuera de ese entorno.
Cuando les tropiezas en el supermercado con la misma cara de angustia que tienes tú, intentando decidir cuál de los artículos de la oferta es el más adecuado, un reflejo de solidaridad te mueve a abordarle con cautela para consultar su opinión, buscando la oportunidad de aclarar que le conoces de vista porque tú también eres cliente de tal y cual y en ese momento, el otro sonríe, acepta el compañerismo, te hace partícipe de sus experiencias y desde entonces, le saludas con una sonrisa en el bar o acabas invitándole a tu casa a probar tus especialidades.
Aceptamos la puesta en riesgo de un modo de vivir, una complicidad inmanente a nuestro carácter pícaro que busca siempre un resquicio para burlar las normas impuestas; pero la verdad: que nos priven del chiste, toma carácter de atentado.
Y llega un sobresalto más: ¿Qué va a pasar con las caricaturas? Su esencia estriba en destacar los rasgos más llamativos de una fisonomía, deformarlos en una imagen grotesca al tiempo que reconocible? ¿Cómo van a ganarse la vida tantos viñetistas que ganan su pan retratando políticos y celebridades? Sin duda, la ley es para todos y nada impide que los protagonistas de esas píldoras de crítica humorística denuncien que han sido humillados por los dibujantes.
¿Qué va a pasar con los niños pequeños que tienen una tendencia nata a llamar feo o tonto a otro niño cuando intentan reafirmar su 'yo' ante él? ¿Cuánto cuidado tendremos que desplegar en nuestro día a día para no caer en la vulneración de la ley con un comentario jocoso sobre una persona o personalidad, una frase impremeditada que, sin que seas consciente, te convierte en reo de humillar a un colectivo? ¿Qué puedes hacer si esa vecina que te odia te denuncia acusándote de que la has llamado 'puta' en el ascensor, cuando estabais solas y no hay manera de demostrar que no ha ocurrido el incidente humillatorio que pregona? Como eres culpable si no demuestras lo contrario, te caes con todo el equipo.
Lo dicho: ¡Que sensatos, ponderados, doctos en leyes, razonables y agudos nos sentimos todos cuando escuchamos a esta lumbrera! ¡Larga y fecunda vida a Leire Pajín!
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