Leo en 'El País' a Fernando Vallespín entonando un canto fúnebre por CNN+ y enlazo las reflexiones que van surgiendo al leer el elogio de esa cadena, con fogonazos de vivencias propias y conversaciones con otras personas que fueron, como yo misma, lectoras devotas de 'El País', suscriptores de Canal Plus en su momento y poco a poco fuimos sintiendo que la magia de la 'independencia' y el aura de periodismo de altura que le adjudicamos a este grupo, se disolvía en una incómoda e inquietante sensación de repulsión.
No voy a hacer historia de la cadena y el diario; porque es de sobra conocida, sino que voy a centrarme en otro aspecto mucho más sutil: la manipulación que han venido ejerciendo sobre la población.
No fue una novedad: todos somos conscientes de que toda los medios, sean radiofónicos, escritos o audiovisuales adoptan un perfil ideológico que impregna la información. Omiten o esconden en rincones apropiados para que pasen desapercibidas, las noticias que dañan la imagen del partido político que encarna esa ideología, le dan relumbrón a otras que favorecen esa imagen u ofrecen perspectivas distintas a la información que da un diario de otro sesgo, destinada a deslucir la imagen del partido o los dirigentes, aportando otra perspectiva que desmiente o mitiga el alcance de la información.
En resumen: todos sabíamos, incluso antes de que apareciera 'El País', que no sería un diario absolutamente independiente, que era el abanderado del socialismo y que si queríamos estar informados tendríamos que hacer lo de siempre: beber en distintas fuentes cada día para contrastar enfoques y obtener una imagen poliédrica, que nos permitiera elaborar nuestro análisis y sacar nuestras conclusiones.
Sentada esta premisa, hay que reconocerle a 'El País' de su primera etapa la condición de revolucionario. Buscó y logró una maquetación novedosa que influyó en el resto de la prensa; persiguió crear una escuela de periodismo serio y comprometido que alumbró una generación de periodistas excelentes, modernizó el periodismo español, contó con ilustrísimas figuras y durante un tiempo, acogió colaboradores de corrientes diversas: de liberales-conservadores a miembros de la izquierda más radical, que aportaban variedad y ofrecían una panoplia lo bastante amplia de opinión como para que ese amplio abanico que va del centro-derecha al centro-izquierda, le convirtieran en su periódico de cabecera. Primero 'El País', luego todos los demás.
Canal Plus adoptó esa línea y fuimos muchos los que pagamos religiosamente la suscripción al canal hasta que un buen día empezó a desagradarnos. La política de PRISA, dueña y señora del terreno de juego bajo la protección del Gobierno, nos maltrató. Sus programas ya no eran tan 'neutrales'. Puede que no lo hubieran sido nunca; pero de repente descubríamos que no lo eran, que se habían decantado por una política de abominable sectarismo y la evidencia de que eran sirvientes de un poder político que les protegía, legislaba a su favor, les permitía llevarse siempre la tajada del león con una desfachatez vergonzosa, caló hondo y nos distanciamos.
Hace pocas semanas, una amiga plasmó en una conversación un comentario rotundo que había escuchado ya en muchas otras personas; pero nunca tan descarnado; porque los devotos de PRISA, siempre fuimos muy reticentes a la hora de admitir que nos distanciábamos de la esencia del progresismo, síntoma evidente de que estábamos deslizándonos hacia esa vergonzosa e inconfesable posición derechista que era lo peor de lo peor, lo más denigrante, la muestra de una deriva que nos hacía dignos de ser marcados ante la sociedad como lo más despreciable.
Mi amiga, un tanto sorprendida y un mucho angustiada, me dijo: «Conservo el primer ejemplar de 'El País'. He estado suscrita a él hasta hace poco; pero me he dado de baja. Hace tiempo que desistí de leerlo; porque lo encuentro tan sectario, tan manipulador, que me da náuseas». Le dije que a mí me pasaba lo mismo, que había dejado de leerlo hacía años.
Con CNN+ pasó lo mismo. Dejó de ser un medio de información para convertirse en un medio de intoxicación en 2004, más o menos; cuando el Gobierno Zapatero tomó la decisión de apoyar la creación de otro grupo afín, el de Roures, les birló a favor de su nuevo aliado mediático los contratos más suculentos y puso en marcha la campaña de demolición de PRISA, para borrar el felipismo de cuajo e instaurar un liderazgo nuevo.
Ese viraje inesperado cogió a PRISA a contrapié. Ya no eran los amos, ya no tenían asegurada la retransmisión de los eventos más importantes, los que les garantizaban las más altas cuotas de audiencia. No podían perder la gracia del ejecutivo, dueño de la potestad de favorecerles o hundirles con la publicidad y los contratos y ahondaron en sus carencias.
En la época dorada, la borrachera de poder les había llevado a despreciar lo que nunca debe ignorar un empresario: el sector de clientes que no abrazan como dogma de fe una ideología, que quieren que su periódico de cabecera, la cadena o la emisora que escuchan, sean, sobre todo, guardianes del interés general y denuncien cuando toque, exijan responsabilidades, planten patas contra pared ante un gobierno que nos avergüenza. Cuando en la fase final de felipismo, 'El Mundo' empezó a desvelar la corrupción del Gobierno, PRISA se erigió en su paladín y eso desagradó a muchos que, cuando se demostró que las acusaciones eran rigurosas, se sintieron muy decepcionados ante la postura del emporio de Polanco.
Aún nos mantuvimos cerca cuando ganó el PP y celebramos (yo la primera) la postura crítica con el nuevo gobierno; las caricaturas, las chanzas, la campaña contra ese personajillo tan carente de carisma y prepotente para muchos de nosotros, que era Aznar.
Pero el tiempo pasó, llegaron las horcas caudinas para PRISA a favor de Mediaset, vimos su política fluctuante, defendiendo ahora a un gobierno demente que veíamos como un peligro los ciudadanos con sentido común que contemplábamos el derroche incontrolado, la carencia de gobierno y la suicida ruptura de los pactos de la transición como un peligro pavoroso para todos; para luego, cuando recibían un zarpazo en sus intereses, observar su pataleta, la información plagada de rencor con la que criticaban al gobierno, tras la que venía la reflexión: «no debemos abundar en esta postura e incomodar en exceso; porque cavamos nuestra tumba».
Volvían a alabar al iluminado. Cada vez eran más sectarios, más cerriles, más displicentes con su público. Veíamos que íbamos directos al despeñadero con ese personaje que ellos apoyaban y nos alarmábamos al ver que clamábamos aterrados por el pragmatismo de nuestro odiado Aznar.
Dejamos de leerles, de escucharles, de verles; pero no fueron capaces de interpretar ese descenso en la cuota como un mensaje claro de los auténticos valedores de su proyecto: el público; los ciudadanos interesados en sus noticias, en su programación, en las opiniones de su periódico. Estaban tan acostumbrados a que su poder emanara del gobierno, que olvidaron que su patrimonio estaba en los lectores, la audiencia radiofónica o televisiva.
Pueden llorar cuanto quieran por el paraíso perdido, despotricar por tierra, mar y aire contra los hados nefastos que les han llevado a esta situación; pero lo único que logran es que los ciudadanos se encojan de hombros, si no sonrían con cierta satisfacción. Es una justicia poética. Ellos nos despreciaron creyendo que, hicieran lo que hicieran, por mucho que insultaran nuestra inteligencia, nos exprimieran con contratos abusivos y se distanciaran del colectivo sobre el que influían, hastiado de su infinita ansia de adoctrinamiento tóxico, confiados en la fortaleza que les ofrecía el Gobierno, garantizándoles los contratos que alimentaban sus índices de audiencias, serían los amos.
Los nuevos amos han sustituido a Iñaki Gabilondo por Gran Hermano y no se han modificado un ápice los índices de audiencia de Cuatro. Sería bueno que analizaran ese dato y entendieran que los espectadores consideramos que la programación que nos ofrecían tenía la misma consideración de tele-basura que ese programa. Si lo hacen, pueden dar un giro que recupere para 'El País' la clientela de otro tiempo. Si siguen empecinados en ponerse en el cuarto de la salud e ignorar las causas del despego de sus clientes, el periódico no tardará en seguir los pasos de la emisora de televisión y lo que un día fue un referente, morirá lentamente como un medio residual.
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