Fotografía tomada de La Razón, de la Agencia EFE
Leo en La Razón que los populares están indignados porque el Ministerio de Defensa no tiene recursos y ha hecho recortes que obligarán a los soldados a ocuparse de las tareas de limpieza, cocina, jardinería y hasta peluquería y opinan que debería anteponer la seguridad a los recortes. Continúan invitando a una reflexión profunda «sobre el ejército que necesitamos, queremos y podemos permitirnos».
Mientras leo, vienen a mi mente escenas familiares. La del cuñado que de vez en cuando le tocaba cocina cuando hacía las Milicias Universitarias y nos hacía llorar de risa al relatar la escena y el asco que pasaba, en contraposición a los recuerdos de mi padre, igual de divertidos, aunque más novelescos.
Tenía diecinueve años, fue sorprendido por la Guerra mientras jugaba al fútbol en la playa de San Lorenzo, hizo la guerra con los republicanos, perdió la batalla del norte, le reclamaron los nacionales, chupó las batallas del Ebro, fue herido; cuando convalecía en el hospital, les reunieron a todos en el patio y pidieron que dieran un paso al frente los que tuvieran estudios.
Él estaba a punto de terminar los estudios de perito industrial, dejó colgadas tres asignaturas en junio, que esperaba aprobar en septiembre e ingresar en la escuela de ingenieros industriales de Bilbao en el curso siguiente. No pudo ser; pero ese día dio un paso al frente, le enviaron a la escuela de radiotelegrafistas y terminó la guerra con Yagüe con el que tuvo un trato muy cercano y al que adoró hasta el día de su muerte.
Terminada la guerra, tuvo que hacer la mili durante tres años, cosa que nos hizo mucha gracia siempre. Yagüe no pudo evitarlo, era la ley: todos los que lucharon en el bando republicano tenían que hacerla; pero le envió a Lugo, a un cuartel en el que vivía como un marqués, dadas las circunstancias, estaba libre de todo servicio y dedicado a jugar al fútbol; porque era muy bueno en ese deporte y el comandante del cuartel (no sé qué graduación tenía el mandamás, lo reconozco) era muy aficionado y quería tener un buen equipo. De repente, pasa un legionario por allí, les cuenta lo maravilloso que es el servicio en la Legión y mi padre, insensato, se alista.
Los recuerdos de mi padre, al contrario que mi cuñado, eran magníficos en lo atinente a la cocina. Contaba que tenían como jefe a un chef de altos vuelos que procuraba que el equipo comiera un poco mejor que el resto y recordaba aquellos servicios como lo mejor de su etapa africana.
Es cierto que el coste de instrucción de un soldado, más de un soldado profesional es alto y que sus funciones deberían acomodarse a su preparación. Pero podemos decir lo mismo de tantos titulados medios y superiores que están desperdiciando su formación en trabajos inferiores a su cualificación, cuando son afortunados y consiguen trabajo.
Hay una tradición en el Ejército español y creo que en todos los del continente hasta fechas recientes: la autosuficiencia. Los soldados limpiaban los cuarteles, ayudaban en la cocina, reparaban todo tipo de instalaciones de forma rotativa.
Al leer la noticia, me pregunto si el Ministerio de Defensa, desde que se profesionalizó el Ejército, tenía contratados los servicios de empresas especializadas para limpiar los cuarteles o de empresas de cátering para elaborar o traer cada día el rancho de los soldados.
Doña Beatriz Rodríguez Salmones, portavoz de Defensa del PP en el Congreso, ha dado en el clavo al pedir una reflexión sobre el ejército que nos podemos permitir; porque es evidente que nuestras arcas no están para muchos dispendios y que habrá que ajustar el presupuesto a las necesidades, eliminando gastos en servicios que se pueden cubrir de otra manera.
No creo que sufra la seguridad por el hecho de que los soldados se encarguen de la limpieza o formen parte de la brigada de cocina por turnos. Al contrario: esos recursos que ellos liberan con su trabajo, permitirían invertir en partidas encaminadas a mejorar la seguridad, modernizar el armamento o disponer de un remanente que permita compensar, aunque sea en una medida modesta, esos trabajos que no forman parte estricta de las obligaciones de un soldado.
Estoy segura de que todos ellos preferirían formar parte de cuadrillas rotatorias que limpien su cuartel y hagan los trabajos de mantenimiento, dado que, muchos de ellos pueden haber aprendido un oficio de fontanero, pintor o albañil antes de incorporarse al Ejército y pueden ser más eficientes que muchos contratados externos, a cambio de un reconocimiento social de su figura, de sentir que se les respeta, que se les apoya, que se reconocen sus servicios cuando se les destina a misiones en el extranjero y que, si caen en combate o son mutilados, no se les escatimarán los distintivos más altos para que sus viudas o ellos mismos, incapaces para el servicio militar, disfruten de una pensión que les garantice una vida digna.
Hay una cosa indiscutible: tenemos el Ejército que nos podemos permitir. Nuestros recursos son los que son y si no son mayores la seguridad, el confort de las instalaciones de los cuarteles, más moderno el armamento, más atractivas las pagas, es porque no podemos permitírnoslo y reflexionemos o no, esto no tiene vuelta de hoja.
Otra cosa es que pida que reflexionemos sobre la forma en que se emplea el dinero que aportamos los españoles a las arcas del Estado; que se recorte en cargos, puestos, empresas fantasmas, subvenciones variadas como ésta que publica hoy Expansión, una vergonzosa muestra más de la putrefacción de nuestros sindicatos, rehenes del Gobierno a través de las subvenciones, que atienden más a sus intereses de clase que a los de los trabajadores.
Sobre eso sí que debería invitar a una profunda reflexión. Pero no lo verán nuestros ojos; porque lo más cierto es que nuestros políticos son parte del problema, no de las soluciones.
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