Fotografía tomada de la web de Antena 3 televisión
Hace años, posiblemente fue en 2003 o 2004, sin duda antes de las elecciones, el suplemento Semanal de El País, publicó una semblanza de Mariano Rajoy. En ella contaba sus enfrentamientos con Fraga, el ostracismo al que fue sometido por parte del hoy Presidente de Honor del PP; pero, sobre todo, me impresionó una información: la historia de cómo había sacado sus oposiciones a Registrador de la Propiedad.
Hago un paréntesis. El temario de los Registradores es superior a trescientos temas. He leído en algún sitio que son trescientos setenta y tres. Las materias son: Derecho Civil, Mercantil, Hipotecario, Fiscal, Administrativo y Procesal. La Ley Hipotecaria es la materia más correosa y abominable que existe.
La figura del preparador, un Registrador en ejercicio, es fundamental. Es el que dirige el trabajo de preparación, el que entrena al aspirante para recitar los temas en el tiempo que se le asigna. Son muy pocos los que se atreven a afrontar la oposición sin esa figura.
Bien. El suplemento de 'EP' contaba que, tras terminar la carrera de Derecho con un expediente muy brillante, Rajoy se encerró en el pazo de su familia durante un año, solo, sin preparador ni historias, con sus temas. Ya había empezado a preparar las oposiciones cuando cursaba quinto de carrera. Un requisito indispensable es la disciplina y la rutina. El opositor ha de sentarse a las nueve, como muy tarde, a estudiar, tirarse cuatro horas chapando, salir a dar un paseo (Rajoy hacía deporte), otras cuatro horas por la tarde, otro paseo, cenar y a la cama. No existen sábados ni domingos, como mucho, una semana de vacaciones en verano y otra en Navidad; porque no hay que romper el ritmo. Un aspirante brillante necesita dos convocatorias (son cada dos años), como mínimo, para superar las pruebas, la costumbre dice que la primera es un entrenamiento. Sacarlas en un plazo entre seis años y diez, es un éxito notable.
Al año de terminar la carrera, o lo que es lo mismo: tras un año de estudio intensivo, sumado al anterior en el que compatibilizó el fin de carrera con el comienzo de preparación de las oposiciones, Mariano Rajoy se presentó a los exámenes: dos orales, en los que se han de responder cinco temas en una hora (si te pasas o te quedas corto suspendes), dos escritos en los que en el tercer examen hay que calificar un documento y hacer un informe de defensa de la nota durante seis horas, como máximo y en el cuarto hay que ejecutar, en el mismo plazo, las operaciones de liquidación y registro, hasta dejar inscrito o anotado un documento o denegada o suspendida la inscripción. Lo cuento para que se vea que no hay posibilidades de hacer trampa.
El angelito, con veinticuatro años, se convirtió en el Registrador más joven de España.
Saco a colación esta historia porque, dados los antecedentes, resulta un poco chocante la fama de vago e indolente que se le adjudica. Hoy, en la entrevista, que le hizo Gloria Lomana, aclaró el asunto: Entra a trabajar todos los días a las ocho de la mañana y vuelve a casa a las diez de la noche, si no surgen compromisos que retrasan la hora de regreso. Los fines de semana libres son la excepción. No parece que sea tan vago e indolente.
Algunas de las decisiones que ha tomado, sobre todo la que hizo que María San Gil, una mujer a la que admiro mucho y estimo mucho, le retirara su confianza, me hicieron sentir desconfianza hacia él. Siempre me inspiró simpatía; porque me gustan las personas sensatas, que no se dejan arrastrar por las modas, que no pretenden ganar puntos agradando a unos u otros, que marcan su propio ritmo y no se dejan influir por lo que digan los medios.
Hoy me gustó lo que sin duda les disgustará a los periodistas: dijo lo que quería decir y no se mojó en lo que no consideraba necesario mojarse. Nos puede parecer que nos debía más aclaraciones, más detalles; pero también hay otra realidad:
Lo ideal sería que existiera una norma que vinculara al gobierno electo a su programa electoral. Los políticos siempre dicen que eso es muy peligroso; porque cuando llegan al poder pueden encontrarse cosas que impiden que apliquen alguna de sus medidas. Yo opino que eso no es excusa para privar al programa electoral de la condición de contrato público ofrecido por el aspirante al Gobierno, a los electores. Si luego encuentra una situación en la que es imposible aplicar alguna medida, que comparezca con luz y taquígrafos, que explique el problema y las razones por las que tiene que renunciar a hacer lo que prometió o hacer lo contrario de lo que había prometido a sabiendas de que si no convence y son demasiados los puntos del programa, se arriesga a que los ciudadanos promuevan una iniciativa que le destituya del cargo.
No hay nada de eso en este país y me parece que, ya que no disponemos de vías legales para exigir el cumplimiento de los programas que votamos, al menos que no se hagan promesas electoralistas que saben que no van a cumplir.
Incidir ahora en que se va a mantener o no la jubilación a los sesenta y siete años o se va a suprimir, me parece prematuro. Estoy segura de que si llega al Gobierno, el panorama que se va a encontrar es infinitamente peor de lo que pueda imaginar en sus cábalas más pesimistas. Si logran reflotar la economía, crecen las prestaciones de la SS, se recupera la caja de las pensiones y las cosas marchan bien, es posible que se pueda regresar a los sesenta y cinco años. Todo dependerá de lo que haya en la caja y es obvio que ahora no hay ni un céntimo de euro que permita afrontar el pago de las pensiones de jubilación sin incrementar nuestra deuda. Ya sabe, porque lo vivió, lo que es encontrar la caja vacía, tener que pedir créditos para afrontar la paga extraordinaria de los funcionarios. Me resultó confortante la respuesta que dio: si se cumpliera la ley que existe, si todos trabajaran hasta los sesenta y cinco, sería suficiente. Pero no sabe en este momento lo que se podría encontrar si es elegido y mejor usar la prudencia que prometer lo que resulta de cumplimiento incierto en este momento.
Para derogar la actual ley del aborto, por poner otro ejemplo, habrá que arbitrar un sistema en el que se proteja a las mujeres embarazadas, se les proporcione acogida en un centro, en muchos casos, para suprimir un elemento clave en esa decisión: la vergüenza que aún sienten las chicas que quedan embarazadas, que optan por el aborto para que nadie sepa lo ocurrido. Si están estudiando o formándose en algún oficio, además de residencia, manutención, atención médica y una paga mientras dure la gestación, habrá que garantizarles la continuidad en los estudios o la formación. Si están casadas y no tienen recursos para mantener un hijo o uno más, tendrán que darles una paga que suponga un incentivo para que lleven a término el embarazo. Y en todos los casos, habrá que organizar un sistema adecuado para garantizar que esos niños sean entregados de inmediato a una familia o acogidos en centros en los que reciban los mejores cuidados, cariño, estímulos y escolarización, hasta que encuentren una familia de acogida.
Es un horror que el aborto se convierta en un sistema anticonceptivo, que aborten cientos de miles de mujeres en un país que envejece a pasos agigantados; pero para cambiar la ley actual hay que disponer de una alternativa seria, que exige dedicar un nivel alto de recursos y, por ahora, no es posible.
Por eso prefiero que no se haya comprometido, sólo para ganar puntos diciéndonos lo que queremos oír, a sabiendas de que es muy probable que no pueda cumplir la palabra dada.
Esa resistencia que llaman gallega es lo que más confianza me ha inspirado de toda la entrevista. En este momento, lo que más valoro en un político es la prudencia. Bastantes aventuras hemos corrido ya. Nos sobran las ocurrencias populistas y los engaños constantes. Prefiero un gallego que no deja que le obliguen a decir algo que sabe que no será fácil cumplir, que un cazurro que no tiene ningún empacho en prometer lo que convenga en cada momento o un cántabro de sombra siniestra, probado cinismo y perpetua mendacidad.
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